Lollapalooza Argentina: Día 1

Cuatro escenarios, repartidos en un vasto campo. El mejor sol de otoño resalta aún más el verde del pasto. Son tierras nuevas para el público rockero: por ahí, hasta hace poco, sólo pasaban los caballos más selectos del Gran Buenos Aires. Los tempraneros tienen el tiempo a su favor y pueden recorrer mejor todo, incluso las carpas de productos ecológicos y el área recreativa para niños. También pueden ver a las bandas ascendentes, como
Portugal the Man (en el escenario Alternative) y a Capital Cities (en el Mainstage 1).


A las 4 de la tarde, las revelaciones se ponen a prueba. Es hora, entonces, de ver a Jake Bugg. ¿Cómo es posible que este jovencísimo cantautor británico haya tenido de tiempo de asimilar tantas verdades elementales de la historia del rock? ¿Será que, de bebé, lo amamantaban con vinilos de Bob Dylan? Incluso tiene algo de la chispa de Alex Turner (Arctic Monkeys). Lo que se ve y se escucha es real: Bugg pasa del folk al rock’n’roll, y de lo acústico a lo eléctrico (sus guitarras crujen como muebles viejos: ¡se hicieron antes de que él naciera!).


Pero no todos quieren conquistar a la audiencia. Hay tipos duros, como Julian Casablancas. Tipos que buscan otras cosas: sorprender, sí, pero desde la incomodidad, con un volumen extremo, con un rock no apto para todos. Lo acompaña una banda con estética y propuesta metalera: The Voidz. Parece que el frontman de The Strokes, con su voz saturada, no quiere simpatizar. Sin embargo, hace algunas concesiones: “11th Dimension” es un gran hit aunque trate de boicotearlo, igual que “Reptilia”, de su viejo grupo, que suena sobre el final.


Hay que cambiar de escenario, otra vez, para encontrarse con
Lorde. La chica de la que todos hablan. La chica que puso en jaque al teen pop. Hay que decirlo: esta cantante y compositora neozelandesa es un fenómeno fuera de serie. Porque nadie, a los 17 años, tiene su talento. Su puesta en escena es simple: capas de teclados y una batería que le da peso a las pistas secuenciadas. Suenan las canciones de su debut, Pure Heroine, con leves cambios. Y ella, encima, suma cierta mística con sus movimientos espasmódicos.


Al mismo tiempo, pero del otro lado, en el Mainstage 2, repercuten los ritmos tribales y las melodías pegadizas de
Imagine Dragons. Ese escenario, antes, había tenido su cuota de rock alternativo con Cage The Elephant. Luego, para cuando cae la noche, la masa de gente se concentra en el primer y principal escenario. ¿Qué sucede allí? Está por empezar Phoenix. Y es que se sabe que los franceses ofrecen un show de alta calidad: éxitos redondos, irresistibles, de los que se pegan como chicles y obligan a mover la patita.


A las 8:30 de la noche, la decisión se torna realmente difícil:
New Order o Nine Inch Nails. Un poco de cada uno. Y listo. A los de Manchester, leyendas del synth-pop, les sigue faltando su bajista, Peter Hook, pero seducen con sus himnos inmortales. Y para eso está la voz de Bernard Sumner. Al grupo de Trent Reznor, en cambio, no hay nada que reprocharle: su maquinaria de rock industrial se potencia en vivo, con guitarras abrasivas, sintetizadores desquiciados y una batería demoledora. Su puesta de luces, encima, gana por knock-out.


Para el cierre, se acumulan las expectativas. Es el turno de
Arcade Fire. Sí, es la banda del momento. Y sí, es la primera vez que tocan en Argentina. Un hombre cubierto de espejos anuncia al colectivo canadiense, y la ansiedad deriva en un simulacro: alguien empieza a cantar, pero no es Win Butler, sino Julian Casablancas, enmascarado y cómplice de la broma. Percusiones caribeñas, órganos antiguos, violines, guitarras, baterías, teclados… Todos tocan todo en Arcade Fire. Y todo suena perfecto. No cualquier grupo les da tanta felicidad a 55 mil personas.